La ducha, interminable
sucesión de gotas de agua más o menos frías, más o menos calientes, según la época del año y/o el estado
psico-
físico de la persona en cuestión.
Ella produce un especial efecto adverso en mi persona. Sucede que tiene la hermosa capacidad de
sucitarme las mejores ideas, las más creativas. Es en la ducha donde encuentro la veta artística ¡He aquí mi secreto! Todo mi ingenio, cual S
ansón con su cabello, esta depositado en las antes mencionadas gotas de agua.
Claro que esto, a se vez, acarrea consecuencias. Acaso el mayor peligro que la ducha posee es la adicción a sus efectos. Es que el
ego, se sabe, esta muy enamorado de sí mismo. En un afán desmedido de creatividad he llegado ducharme hasta tres veces en un día, no quedando excusa en mi cuerpo por limpiar.
También han sido inocentes víctimas de sus efectos mis dedos,
específicamente las yemas, que sin comerla ni beberla
hubiéronse visto totalmente arrugadas por aquellos interminables minutos bajo el agua.
He caído en la desgracia de poseer bañera, ¡Demonio vestido de loza! que con sus encantos me ha instado a
afofarme dentro de su forma
sarcófaga en incontables ocasiones.
Que bueno que a diferencia del agua, la creatividad no se acabe nunca.
(Que malo que el agua se acabe.)